
Todavía mantengo los recuerdos muy presentes de todo lo acontecido allí. Siendo aún muy niño pasaba largas temporadas del verano en ese territorio. Me parecía maravilloso la sensación de libertad que tenia. Aquel olor a tierra mojada. Los trinos de los pájaros. Todos y cada uno de de los instantes que pasaba allí eran maravillosos. Me encantaba descalzarme y sentir la hierba húmeda bajo mis pies. Y soñar meciéndome en la hamaca mientras miraba el horizonte. Algunos de esos tiernos sueños de infancia se han cumplido, prueba es, que de vez en cuando publico algún que otro artículo y estoy gestando el que va a ser mi segundo libro, el primero en solitario. Otras quimeras que juré perseguir, han resultado pasto de mis propias llamas. En esa época soñaba con ser reportero de guerra o corresponsal en países extraños y exóticos, pero ese espíritu aventurero quedó en aquellas novelas de Dumas que devoraba con devoción en las calurosas horas de la siesta. Tal vez algún día viaje, pero seré un mero turista. Un visitante más. El excursionista un millón que con su cámara va a hacer de las suyas, para luego hacerse el interesante con las amistades.
Retomo mis divagaciones patrióticas para llegar a la conclusión de que me he convertido en un apátrida. Un ser errante que realmente no encuentra su sitio, ya que tiene muy arraigada la emoción de su patria sentimental. Intento recapacitar. Me voy a mirarme al espejo y entre tanto enredo recuerdo una frase que le dice Federico Luppi a Juan Diego Botto en la maravillosa película Martin H.
“La nostalgia y todo eso es un Bálsamo. No se extraña un país. Se extraña el barrio en todo caso, pero también lo extrañas si te mudas a 10 cuadras. El que se siente patriota, el que cree que pertenece a un país es un tarado mental. La patria es un invento. Que tengo que ver yo con un tucumano o un salteño. Son tan ajenos a mi como un catalán o un portugués. Estadísticas. Números sin cara. Uno se siente parte de muy poca gente. Tu país son tus amigos y eso si se extraña”.