lunes, 1 de octubre de 2007

FAMILIA

A menudo anida en mí un profundo sentimiento de soledad. Una increíble sensación de desarraigo. La negación en estado puro. Cada día me cuesta más comprender ese sentimiento primario de la familia. Esa impresión de pertenencia a un grupo determinado en el que tan solo compartes la sangre. Somos tan distintos. Cuando nacemos, momento tremendamente doloroso, nos imponen ser parte de un grupo de extraños de los cuales ni el 3% de los mismos llega a ser afín a ti. A veces ha ocurrido que pasas a ser un cero a la izquierda, la oveja más negra del rebaño. Lo más doloroso no es que te rechacen por ser diferente, es que te hacen sentir rechazado. Y señores, eso sí que jode. Te niegan, vilipendian en silencio, te dan de lado; eres parte de un todo que te rechaza, como lo hace el cuerpo ante un riñón extraño que acaba de ser transplantado. Desgraciadamente, queramos o no, debemos ser parte de ese grupo. Velar a sus muertos (aunque no los lloremos), seguir sus tradiciones (aunque no nos sintamos parte de ellas), quererlos, porque en definitiva, familia no hay más que una.
La actualidad ha hecho que la familia sea la punta de lanza. En los medios de comunicación nos demuestran, con cuestionables encuestas, la importancia del arraigo familiar. Titulares como "La familia es la mejor escuela para la supervivencia en la sociedad" nos hacen cuestionar el individualismo en pro de el vasallaje hacia ese colectivo que nos ha sido impuesto. Otros colectivos, que gracias a las terapias alternativas a la ciencia tradicional, se están poniendo de moda son los seguidores que afirman que el 99.99% de los problemas que sufrimos se basan en la herencia kármica que nos han dejado nuestros ancestros. Es decir, si, por ejemplo, nuestro tatarabuelo hace cien años se suicidó, tú hoy pagas sus culpas y por eso sufres una depresión. Memeces. Moralina judeocristiana. Sentimiento tonto de culpa que sufrimos por esta sociedad basada en un ser que nos vigila y que nos hará pagar nuestros pecados en un juicio del que no se salvará ni el más santo entre los santos. La depresión no nos llega porque un antepasado se haya suicidado, haya asesinado o haya robado el banco de España, ese sentimiento de tristeza, esa condenada pena, nos viene por los problemas del aquí y ahora, no por algo que sucedió hace doscientos y años y que está a una distancia temporal considerable de nosotros.
Retomando el tema de la familia voy a concluir con una cita de la novela Trífero de Ray Loriga. "Saúl estaba conmovido por la amabilidad de aquel hombre, al que no le unía más que la sangre. ¿Qué es un apellido? Se preguntaba, apenas un puente en la niebla, sin embargo, el abrazo impreciso de dos desconocidos se vuelve cálido y confiado a la luz de la sangre común