jueves, 11 de octubre de 2007

DESEO

A ti, que desde que vi arder Troya en tus ojos soy mas Ulises.

Siento una extraña sensación cada mañana. Una fuerte añoranza a algo perdido. La elegía misma del deseo. La partida de un gran barco en tiempo de guerra. La nostalgia de algo que fué y se esfumó con la misma facilidad que un niño desecha el último juguete.
Cada noche me abrazo a ese Morfeo cabrón que me lleva hasta a tí. Me despierto sudoroso entre las sábanas con el deseo de poseerte. Sueño contigo. Con tus pechos, con tu sexo, con el dulce sabor de tu boca; con ese sudor perfumado que recorre toda la estancia. A esas primeras horas soy un hombre verdaderamente dichoso. Me encuentro en un limbo. Un enigmático nirvana pleno de pasión y deseo. Bien puedo decir que en ese instante soy feliz. No necesito mas cielo que el roce de tu piel, ni más infierno que la ardorosa batalla que ejecutamos en uno u otro colchón. Sinceramente te digo, que te amaría sin compartieras algo mas conmigo que una simple cama. También puedo asegurar que tan solo debo amor a cualquier acto de deseo onanista y fugaz. Me amo a mi mismo con pasión. Quizás entre paja y paja me disponga a escuchar cualquier disco de Tom Waits para aliviarme o en plena masturbación desee quedarme ciego, ya lo dice el refrán Ojos que no ven…
Lo reconozco. Ultimamente te veo demasiado. No quiero decir que me acompañes por las tardes, ni que paseemos bajo la luz de la Luna deslizándonos sobre la arena de cualquier playa levantina. Te llevo en pensamiento a todas partes. En el café de la tarde, en la breve conversación con algún conocido, en todos y cada uno de los preciados momentos que me da el tiempo libre. Si fuese otro te podría decir que te necesito, que necesito tenerte. A lo mejor te diría que me haces falta, que no soy nada sin ti, que ocupas todos los instantes más preciados de mi vida. Pero no. No voy a ejercer ninguna función egoísta que te pueda perjudicar a ti y egoístamente tampoco quiero que ese mismo charco me cale de lleno a mí. Soy un hombre libre y esa libertad me hace estar contigo. Sin complicaciones, sin horas, sin esperas, sin los reproches habituales por el despiste de una fecha. Realmente, sin nada que pueda retrasar mi llegada a la meta o luchar contra mis ambiciones.
La extraña sensación retorna. Me hace mirar la pared más tiempo del realmente necesario. Quizás busque respuestas a esta congoja. Tal vez este sea un mal necesario. Un arancel que deba pagar. El deseo que me atrapa. La muerte disfrazada de erección.