jueves, 18 de octubre de 2007

ELEGÍA


Cierto es que tanto la vida como la poesía son una elegía constante. Un canto a la ausencia. Un big bang de emociones. El viaje mismo a la nostalgia. Todos y cada uno de nosotros estamos formados a base de recuerdos. Pedacitos de instantáneas de vida pasada. Congregamos cada parte de nuestra vida alrededor de una memoria individual o colectiva. Unos hechos pasados que nos han marcado desde nuestros ancestros.
Desde niño siempre me han atraído la muerte, la desaparición, el olvido. Recuerdo mi infancia observando fotografías. Un álbum tras otro donde se congregaba la vida. Días en la playa, el primer coche nuevo, la compra del chalet; todas y cada una de las situaciones recordadas. Ya vividas. Todavía, algunas tardes, me encanta acercarme a casa de mi abuela para volver a revisar aquellas viejas instantáneas. Meterme en mi vida de hace diez años, donde los problemas eran otros.
Es cierto que la gente muere. Que desaparecen físicamente. Que se van con esa mala puta de la Parca. Pero no todos son pasto del olvido. Todo muerto tiene su plañidera que le llora. Su viuda pendiente de que se le homenajee en el recuerdo. La encargada de preservar su esencia. Observo los retratos de mi abuelo con sumo y cuidado detalle. Miro sus ojos, sus manos, su sonrisa; todos y cada uno de los gestos, que aquel día brindó a la cámara. Me sonrío. Parece tan real. Como algunas tribus africanas y asiáticas soy de la opinión de que la fotografía nos roba el alma. Me parece tan fantástico que en un trozo de papel quede impreso parte de nuestras vidas, por eso pienso que quizás no sea real. Lo mejor de todo es que, si se cuidan, duran para siempre.
Con la fotografía se va viendo la evolución a la que nos somete la vida. El paso de la infancia a la madurez. De niño rubio y angelical a melenudo hippioso. Las modas, los grandes acontecimientos, las alegrías retratadas; todos los acontecimientos donde fui partícipe y que gracias al arte fotográfico no quedan pasto del olvido.
La vida, como he indicado al principio, es una elegía constante. Toda nuestra existencia la basamos en cantos a todo lo perdido. Tiernos recuerdos a lo pasado. Lamentaciones basadas en desapariciones y olvidos Un familiar, una posesión, un amor, el instante mismo de la felicidad. El ser humano basa la mayor parte de su vida en eso, en el recuerdo. Observa con nostalgia, lo que fue y lo pronto que pasó. Nunca saboreamos los buenos momentos como deberíamos. Dejamos la vida pasar ante nuestros ojos casi sin inmutarnos. Ejercemos nuestro espíritu llorón y desconsolado. Somos un Boabdil del siglo XXI. Siempre tenemos esa célebre frase en la mente “todo tiempo pasado fue mejor”, y no nos damos cuenta que el ahora es pasado a los cinco minutos de haber ocurrido.