domingo, 25 de noviembre de 2007

GULA


Reconozco que en las ocasiones cuando las fuerzas me fallan y acude a mi algún bajón sentimental me entra una gula descomunal. En los instantes previos a la caída me doy cuenta de los síntomas, desgana, dejadez, mudez inmediata, ganas de llorar. Mi cuerpo se va transformando en algo que no es habitual. Un bicho que va escondiéndose por las esquinas. Un bicho que se introduce en la tierra para no ser encontrado. Una temerosa alimaña que se acopla al medio para guarecerse y protegerse de todo mal.
En ese momento de bajada emocional como chocolate. Me da igual en que forma se me presente. Hay una gran variedad; chocolate blanco, puro, con leche, con almendra, con licor, relleno de fresa, de menta, de naranja, en forma de bombones, de nazarenos, de monedas, de cigarrillos. Seria capaz de engullir todo el chocolate del mundo de una sentada. Claro está que enfermaría. Ese exceso de glucosa haría que mi cuerpo se vengara en forma de mareos. Me da igual. Yo necesitaría todo ese exceso, tan solo por el placer que me obsequiaría a mi mismo.
Dicen que el chocolate es un gran sustitutivo del sexo. Yo soy de la opinión que es más que eso. Una buena onza yo creo que es capaz de superar el mejor orgasmo, además de que el cacao es acto para todos los públicos. Si pudiera y mi estómago me lo permitiera sería capaz de engullir con glotonería tabletas y tabletas enteras. Me imagino una tarde de domingo del mes de febrero viendo una película triste y sentimental, tras los ventanales una lluvia incesante, torrencial y apocalíptica, mientras, en mi salón, yo tumbado bajo la manta y devorando con gula, una onza tras otra con peculiar devoción.
Echo la vista a atrás y recuerdo aquel gusto empalagoso de comerse el colacao a cucharadas. Reconozco que esa sustancia con leche no me gustaba. No le terminé yo de coger la gracia a esa mezcla. Yo era forofo del clásico café con leche. Me perdía mojando galletas, pero lo mejor, era robarle ese cacao en polvo y metermelo en la boca. De repente se hacia una pasta, que no te permitía casi hablar. Era maravilloso.
El sentimentalismo retorna a mí. Me hace revolver en mis entrañas mi pasión por el chocolate. Esa gula descomunal que siento al sentarme en una mesa donde varias tabletas presiden la misma. Con disimulo, voy cogiendo onzas de aquí, bombones de allá. Como un enamorado siento cosquilleos en el estomago, mariposas en las sienes. La alegría de un niño al descubrir algo nuevo. La pasión a la gastronomía. Al alimento mas imprescindible en cualquier despensa. El chocolate.