martes, 20 de noviembre de 2007

AMOR PROPIO


Te levantas con la exaltación y el regocijo de que la soledad se ha instalado en tu vida años atrás. Estiras cada músculo de tu propio cuerpo. Bostezas. Te tocas. Conviertes este despertar en una fiesta matutina y algo canalla rememorando aquella chica, que lascivamente, se contoneaba en la tarima de aquel pub donde la música y los adolescentes se unen en un mismo marco. Marco incomparable sin duda. Recurres al recuerdo en busca de imágenes más o menos provocadoras para con un poco de impaciencia perderte con el amigo Onán en el cuarto de baño. Partes con la misma prisa que un niño se acerca a una tienda de golosinas. Miras el inodoro. Levantas las dos incomodas tapas que por una sencilla razón de compromiso con el género femenino las bajas a pesar de vivir en soledad. Acercas tu trasero tres veces para medir la intensidad de frío. Te sientes como el rey de Dinamarca delante de sus súbditos. Agarras tu miembro con precisión y sin que se desborde mucho la melancolía., esa extraña nostalgia que te entra cuando haces demasiadas cosas en soledad ese amor tan medido y tan frío que es el de la masturbación. Sin caricias, sin abrazos, sin besos; tan solo buscando ese deseo tan mecánico y medido. Ese placer de cinco minutos. Por el que acabas echando a los hijos...