A Hugo Aranguren, In memoriam
Me siento muy orgulloso de la educación que me han dado mis padres y uno de los puntos más importantes que me han recalcado hasta la saciedad es el valor que hay que dar a la amistad. Desde niño me he forjado con la inmensa lealtad con que ha obrado mi padre con sus contados amigos. Nunca ha sido un hombre de numerosas, pero si de grandes amistades y así ha pasado nuestra vida. Hoy por desgracia como dijo Miguel Hernández en la elegía a Ramón Sijé, por doler me duele hasta el aliento. Te has ido a alimentar los campos y los montes que tanto amaste y con tanta pasión nos describías, y nos sentimos muy solos.
El otro día como de costumbre, subí a verte al mercado en el que trabajabas y pude oír tu risa entre tanto silencio. Tus bromas y chistes se mezclaban con esa tensión. Todo parecía formar parte de otra broma, una broma macabra que no acaba. A todos nos falta el oxígeno. Como peces en agua turbia abrimos la boca para tomar aire. Te lo has llevado contigo entre recuerdos. Intenté, desde tu puesto de trabajo, cerrar los ojos para reencontrarme contigo, para verte, y me di cuenta de que esa era la única forma de conseguirlo. No estabas. Jamás en nuestra vida pensamos que tanto dolor era posible, pero ahí estábamos mirándonos como idiotas, unos a otros, buscando alguna explicación en nuestros ojos. No la encontramos: tan solo el consuelo del dolor compartido, nos hace a todos partícipes de este extraño y desagradable juego, porque el dolor es el sentimiento más solidario, el que más crece al compartirlo, incluso más que la alegría. Nuestra sociedad se mueve entre el dolor, la historia lo dice. En la antigua Grecia se pagaban a mujeres llamadas plañideras, para que lloraran a los muertos. Y así estamos nosotros sin que nadie pueda apagar este dolor que nos devora por dentro como termitas, porque tu ausencia nos desgarra y come las entrañas.
Mi padre, el jefe, como tú le llamabas, todavía me mira buscando una explicación. Es un hombre aparentemente duro, ya lo sabes, pero todo fachada y se ha quedado con un vacío grande y difícil de llenar. A veces pensamos que esto es una pesadilla, que despertaremos y volverás a cruzar la puerta de casa. Sin embargo, de pronto este calor húmedo y achicharrante de finales de junio nos devuelve a la cruda realidad: ¡No te vamos a ver más! Eso, con todo, no es verdaderamente lo que más nos duele, más dañina es la certeza de que dejamos muchas conversaciones inconclusas, muchas palabras calladas y nos sentimos abatidos. La muerte ha vuelto a ganar su partida y se ha reído en nuestra cara como siempre. Con su soberbia, la muerte siempre sabe que va a ganar la partida, y aquí, nos ha hecho jaque por sorpresa. Nos toca no mirarla a la cara y volver a recorrer caminos no escogidos, sin ti.
Recordándote e intentando definirte, son muchas las acepciones que vienen a mi memoria, y siempre se asoma la misma: amigo. No fuiste un amigo cualquiera, sino casi un hermano, porque siempre te admiramos y quisimos. Nada ni nadie podrá sustituir tu ausencia. Has dejado un gran vacío entre nosotros: en el mercado, en tu casa, en la montaña... en todos los lugares donde fuiste, y nos hiciste felices. Hoy desde lo más íntimo de nosotros volvemos a llamarte a gritos, pero no recibimos respuesta, tan solo silencio. Un largo y doloroso silencio que no somos capaces de romper.
PD: Este artículo fué publicado el pasado jueves en la sección de Elche del diario La Verdad. El título LOS CAMINOS NO ESCOGIDOS, es una traducción cambiada del título del tema de Wim Mertens que arriba os he puesto para que sirva de BSO al leerla. Gracias mañana os pondré la crónica de la visita pandórica a tierras alicantinas.