Anida en mi un gran sentimiento perezoso. Dudo si puede ser de una etapa intrauterina de donde vagos recuerdos de placer me siguen y persiguen. Adoro esos momentos en los que tumbado en el sofá, contemplo las formas del techo que se expande ante mí. Vértices, picos, cientos de formas geométricas que dejando volar la imaginación, puede llegar a transformarse en caras, pájaros, incluso ejercitando mucho la mente, se puede llegar a descifrar un amanecer en todo su esplendor. Una gran estampa marinera donde los barocos se pierden en el horizonte.
Me complace esta extrema situación de vagancia. Procuro, cuando el tiempo lo permite, recostarme intentando dejar la mente en blanco hasta llegar al encefalograma plano. Me niego a mi mismo en ese estado. No soy persona. Soy un adorno más, un fetiche que decora una parte de la estancia. Respiro porque es algo mecánico y cambio los canales de la televisión por inercia. No me fijo en lo que veo. Animales, fútbol, guisado de ternera, documentales de historia, cine clásico, series antiguas; un sinfín de imagénes bombardean mis ojos y mi cerebro. Él las recoge y desecha con rapidez.
Soy feliz sin hacer nada. Escucho leves ruidos por mi casa. Me mantengo al margen del trasiego de la calle. Ignoro el tenaz rumor que producen las discusiones de mis vecinas con sus “diablillos”. Soy extremadamente dichoso. Siempre he oido aquella frase que afirma que la persona ignorante es la que realmente alcanza la felicidad plena. Yo apoyo esa opinión. Me encantaría que me proclamaran ignorante. Incluso sería afortunado si me nombraran tonto oficial. Recogeria mi titulo con orgullo. Ya imagino a todo el pueblo aclamandome y yo desfilando ante ellos como si fuera un deportista de élite que ha conseguido la última hazaña en unas olimpiadas.
Regreso a mi sofá. La gente no entiende como puedo pasar horas enteras mirando el techo. Vivo en una sociedad en la que si estan quietos les alcanza el tedio enseguida. Una increible sensación de aburrimiento les atrapa a todos haciéndoles culpables si en algun momento del día no realizan ninguna tarea. Pero creen ser felices. Ocupan su mente en horas de intenso trabajo. Se sobreesfuerzan para alcanzar el éxito. Como los presocráticos y socráticos me tumbo a observar el mundo. Divago hasta conseguir una gran idea. Una fórmula que lo cambie todo. Que lo haga todo mas humano. Exijo que la pereza sea una actividad más en nuestro quehacer diario.
Me complace esta extrema situación de vagancia. Procuro, cuando el tiempo lo permite, recostarme intentando dejar la mente en blanco hasta llegar al encefalograma plano. Me niego a mi mismo en ese estado. No soy persona. Soy un adorno más, un fetiche que decora una parte de la estancia. Respiro porque es algo mecánico y cambio los canales de la televisión por inercia. No me fijo en lo que veo. Animales, fútbol, guisado de ternera, documentales de historia, cine clásico, series antiguas; un sinfín de imagénes bombardean mis ojos y mi cerebro. Él las recoge y desecha con rapidez.
Soy feliz sin hacer nada. Escucho leves ruidos por mi casa. Me mantengo al margen del trasiego de la calle. Ignoro el tenaz rumor que producen las discusiones de mis vecinas con sus “diablillos”. Soy extremadamente dichoso. Siempre he oido aquella frase que afirma que la persona ignorante es la que realmente alcanza la felicidad plena. Yo apoyo esa opinión. Me encantaría que me proclamaran ignorante. Incluso sería afortunado si me nombraran tonto oficial. Recogeria mi titulo con orgullo. Ya imagino a todo el pueblo aclamandome y yo desfilando ante ellos como si fuera un deportista de élite que ha conseguido la última hazaña en unas olimpiadas.
Regreso a mi sofá. La gente no entiende como puedo pasar horas enteras mirando el techo. Vivo en una sociedad en la que si estan quietos les alcanza el tedio enseguida. Una increible sensación de aburrimiento les atrapa a todos haciéndoles culpables si en algun momento del día no realizan ninguna tarea. Pero creen ser felices. Ocupan su mente en horas de intenso trabajo. Se sobreesfuerzan para alcanzar el éxito. Como los presocráticos y socráticos me tumbo a observar el mundo. Divago hasta conseguir una gran idea. Una fórmula que lo cambie todo. Que lo haga todo mas humano. Exijo que la pereza sea una actividad más en nuestro quehacer diario.